20090122

CARTAS Y PUGILES PARTE DOS


Considero que la comunica-ción por correo electrónico nos causa limitacio-nes, arrebatos, frustración, golpes y porrazos. Igual que en el amor o el Amar….
Sin tinta que borrar con lágrimas, sin un papel para hacer con él lumbre, sin una hoja que arrugar en el puño. Sin un papel para romperlo en pedacitos y lanzarlos al aire, y mirar desde el balcón como los sueños y las respuestas afiladas se mezclan con las nubes.
Esta manera de comunicarnos sentimientos y pensares y pesares a veces intrascendentes y otras importantes, muchas veces nos deja perplejos sin la oportunidad de lanzar tinta y papel a las llantas de los camiones urbanos repletos de gente que va ¿quién sabe a donde?, pero cada uno lleva su corazón sus cartas y sus golpes, seguro en el asiento de en medio va una buena mujer, que aprendió a conectar algún buen Jab que utiliza para: mantener la distancia, para iniciar una combinación, como golpe de engaño para "preocupar" al rival... para salir lo mejor librada de la danza de púgiles. Y que decir del chofer, seguro solo es aficionado que ve desde lejos por que su afán de pelea se le fue detrás del volante, con tantos kilos en su abdomen como la coca cola que bebe para endulzarse el largo trayecto de la ruta, Palacio/Playas, seguro por las noches solo recuerda las parejitas que suben al autobús y se sientan hasta atrás para besarse intercambiar-un buen crochet: el golpe lateral con trayectoria paralela al suelo que se dirige al rostro del rival, ¡ay el amor y los camiones!, ¡ay ¡el amor y sus pasajeros!, ¡ay el amor…. donde todos somos boxeadores!, amateur o profesionales, ¿cuántos raounds?, nadie lo sabe,
Lo que si se es que las cartas ahora llegan tan de prisa que no nos agarran bien paradas, no puede una mentar madres, rasgarse las vestiduras o salir al atrio como profeta a gritar que han de arrepentirse.

No se puede golpear la pantalla, después como navegaríamos en Internet.
Se tiene que tener calma, para después con ceremonia, y palabras a las que ya les sacamos punta, aderezadas con un buen veneno para colocar al rival en una situación difícil, hacer que giren sin descanso sus pies y su guante no pare en nuestra cara, pues lo hemos llenado de vaselina y resbalan sus palabras sin poder detenerse en la ceja, en la mandíbula, y una se ríe por tres días hasta tener frente a nuestras incrédulas narices un guante rojo y lustrado, dentro una herradura de dos libras que nos tira al suelo y se nos fractura la nariz, para de inmediato tirar la toalla regresarlos a casa llorando, deshojando margaritas con los botines puestos, con el cinturón de la ultima pelea arrumbado en el sillón, tratando de ganar peso, por que los trancazos nos dicen que ya no podemos ser peso pluma, cuando el rival es welter.

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